Por Miguel Peralta
Con el transcurrir de los años, la tradición navideña ha sido desnaturalizada por la publicidad consumista, en detrimento de los valores originarios de la misma. Valores éstos que en tiempos pasados, fortalecían las enseñanzas cristianas, los vínculos familiares y el romanticismo juvenil, en el amor.
Propiamente, la navidad no tiene su origen en el cristianismo. Precede al nacimiento del hijo del Dios. “En el Imperio romano, el 25 de diciembre se celebraba la fiesta del Día Natal del Sol Naciente Invencible”.
El vínculo de la navidad con Jesús, se inicia como táctica de quienes en la antigüedad eran perseguidos por causa de El Salvador.
El día de navidad se celebraban cultos al emperador, considerado un Dios. Por esta razón, se celebraba el nacimiento de Jesús en esa fecha, como manera de no llamar la atención de quienes perseguían a los cristianos.
La tradición navideña se propagó junto al cristianismo, teniendo ésta dos fechas principales. Se iniciaba el 25 de diciembre y terminaba el día de los Reyes Magos. Así podemos recordarla quienes en la década de 1960 éramos niños, o muchachos. Podemos recordar también la cena del 24, que en la mayoría de nuestros hogares era celebrada de forma sencilla, y con intercambios de platos entre los vecinos.
Mi madre fue una cibaeña que se radicó en El Seybo, lo que me hace pensar que los festejos eran similares. Esta creencia se afianza al recordar las canciones navideñas, que las pocas emisoras de esos años convertían en cotidianidad, desde los primeros días de Diciembre. Las empresas licoreras eran respetuosas de la tradición.
En las madrugadas, íbamos por todo el pueblo llevando aguinaldos, y tomando jengibre en las casas, cuyas puertas eran abiertas sin mostrr ningún tipo de temor.
Eran días esperados para vencer la resistencia de la muchacha que se resistía a dar “el sí” a su enamorado, y para “pedir la mano” a los padres de la que había sido conquistada. También para los matrimonios, lo cual, aún se conserva en gran parte.
Las serenatas se multiplicaban.
En la “Misa del Gallo” se daba cita una gran cantidad de ciudadanos.
El Día de Reyes, nuestra inocencia era fuente de felicidad para niños y muchachos pobres, que comenzábamos a “portarnos bien” desde Noviembre. También, una incógnita respecto al trato privilegiado que Marcos, Melchor y Baltazar dispensaban a los hijos de personas con mejores recursos económicos. Nos preguntábamos si era que no leían nuestras cartas, y si era así, por qué los caballos se comían la hierba que dejábamos debajo de la cama. La “Viejita Belén” era un consuelo muchas veces fallido.
En la medida que el país ha ido “progresando”, las cosas han cambiado, en detrimento de nuestra cultura, de nuestras tradiciones y de los valores pregonados en aquellas navidades, hoy añoradas. El poder de la propaganda del consumo y para el consumo, ha impuesto tradiciones importadas. Ha enterrado valores altruistas. Ha sustituido en parte costumbres vinculadas a nuestra identidad.
Igual que en Estados Unidos, la navidad comienza con un “viernes negro”, al que muchos responden positivamente a su llamado, desconociendo incluso el origen de esta tradición, puramente comercial. El gesto de los Reyes Magos de hacer un largo reocrrido para agasajar al niño Jesús, muchos niños lo desconocen, por el auge que ha tenido Santa Claus.
Las canciones navideñas y los mensajes de solidaridad predominantes en las emisoras de antes, han sucumbido en lo principal, para dar paso a la publicidad, muchas veces engañosa, que condiciona negativamente la economía familiar.
Las canastas oficiales, que antes tenían como destinatarios a quienes recibían salarios pequeños, se han convertido en un negocio doble, para funcionarios que a costa del erario público, aumentan las ganancias de empresas preconcebidas, y muestran generosidad extravagante con amigos y conocidos a quienes deben o de quienes esperan favores.
Es ésta, la navidad del negocio.